ABISMO.
Donde no hacía pie en aquel charco, el miedo me cuadraba las cuentas hasta llegar a los tobillos de la noche. Oscuro y resbaladizo todo. Como una utopía posible tras los ventanales de la promesa.
Sonaba a eco todo. Dentro del callejón de la memoria perdía cicatrices cuando se giraba y me contaba que una vez más la furia le dibujaba silencios en su mejilla tenue. Más próxima a la desaparición de la mañana que de echar a correr cuando suena la trampa amanecer. Te diré que detrás del lugar donde crecimos, saltan muros y barricadas. Evaporando el baile de los títeres. Desafiándome a mí mismo, y quizás la metamorfosis algún día, fuera a vernos al caer. Al abismo. Repárame cuando ya nadie nos vea sobrevolando las ciudades desde la llama que incendia la cama. Bajo unas sabanas de niebla y humo. De pedazos de vasijas de barro y cuentas pendientes. Alquitrán recorriendo el pálpito de lo innegable. De lo astuto.
Que soy trozos y sombras, y el resto de sudor que vaga por unas manos acostumbradas a arder. Acostumbradas a vernos saltar detrás del vértigo. Acostumbradas a devolvernos cada domingo de verano. Como si el mundo ya no fuera a arder nunca jamás.
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