MIRÉ, ENTRÉ.

 



Todos los recuerdos que gritan y me salvan sin mirarte como la antesala del resurgir de unos labios con una necesidad implacable de ti. Como si todo se derrumbase estando a salvo sin reconocernos en nuestro techo de estrellas y silbidos de búhos y lobos.

Pero cuando uno es libre, el mundo de los cobardes queda demasiado pequeño. Ya mis ojos ven en los tuyos hogar y jardín en lo profundo del gozo, al acercar un corazón al amanecer de la fragilidad.

Habitaban en sus verdades medias novelas hablando de su espalda marcada por la fina línea de la locura. Decían que era todo locura. Dentro de su vientre, el cielo compartía hechizos con un infierno dulce. Y más abajo, todos los santos rezaban por una noche con más minutos de descuento. Y ahora que somos los protagonistas este teatro sin guión, quizás nos demos cuenta que nunca tuvimos guión.

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