IDIOMA.

 

Era cuando todo ardía y no parecía tener fin. Entonces llegó. Y con ella trajo fuego. Como la piel que se agrieta y se vuelve desierto al no ser erizada. Como el vacío de encontrar pedazos de uno mismo en unos labios que ya ni hablan, ya ni socorren a la quema. 

Pero entró derribando muros y barricadas como un huracán que arrasa un camino. Entró y ni siquiera preguntó, aunque dudo mucho que la respuesta en mi fuera otra que no adentrarme en su mundo, ese que tanto me gustaba. Quizás era el destino, pensé, quizás lo que perdí una noche entre vasos, ahora volvía con otro nuevo amanecer, unos nuevos ojos, y más miedo a la altura. Todo dentro del mismo idioma. Quería ese aire fresco, como un amor de verano, que es eso, calor, fuego y como el setiembre llega después del verano para transformarlo y barrer toda la ceniza para dejar huérfanas las calles, dejando nostalgia de tiempos mejores y tardes en las que la libertad se cogía con las manos.  Entró y cada latido a partir de ese momento ya no fue el mismo, era como el vértigo. Y con su altura todavía más.

Ciao, dijo con una sonrisa al mediodía, ¿cómo estás? Acabo de llegar, de recoger pedazos de mí, aguantando la marea y el timón, abrazando lo que un día fui y ahora quiero volver a encontrarme, y creo que en lo más profundo de tu corazón puede estar el hilo que me cosa. ¿Podemos hacelo?

Aquellas palabras retumbaron dentro de mí, y no sé si me aliviaron o me convirtieron en mártir. Tenía algo que contar, notaba una tormenta en su alma que necesitaba ser liberada. Pero acepté, al final en la calma no se ven los puntos débiles del azar. Acepté y era como bailar con los ojos en sus manos dentro de un paraíso de montaña. Podía ver las nubes, los pajaros, bailar libre al son de sus pies. 

Por eso, quien te toca el alma, nunca se olvida.

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