DESFILADERO.
Y me rehúye la calma como una tarde de domingo.
Te descubrí desordenando el ocaso que pintaba el pálpito de un pequeño hogar. El tuyo sin tenerlo. Y te miro sin saber coger la ciudad que enferma tras las persianas de una huida. Siendo todo aquello, lo que nos quedó clavado desde el origen de los cuerpos. Y algún día me leerás como sucumbe el regreso del último septiembre al refugio de la melancolía. Y sabrás que el pánico nos sucumbe. Algún día.
Te despierto al abrir el canal de mi memoria. La inocencia de antaño. La manera de hablar reduciendo palabras y ampliando las sábanas.
Que la reconstrucción a kilómetros de ausencia siempre suena a desierto. A párpados que sonríen y tachan notas hacia mí. Como si yo mismo fuera un intruso en el respirar de nuestro nombre. Caos y un solo de contrabajo. Como si se nos atragantase la noche gritando que todo lo que dura un minuto es eterno. Hibernando dentro de aquella canción que nos inventamos.
Cabalgando entre lo invisible y la incertidumbre.



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