PEAJE.




Hoy no hay nada por lo que escribir. Nada.

Las palabras guardan mudas en una cabaña de roble macizo, viendo un anochecer al mediodía, con el calor y abrazo de todas las preguntas hechas al azar. Cautas, alejadas de una mente rota, guardan ruido y sombras, guerras y cuerpos que regresan a la culpa. 

Sálvese quien pueda.


Hoy suena por los altavoces puntos suspensivos. ¿Quién se olvidará de nosotros cuando nuestros pies ya no sepan caminar? 

Afuera suplica la mediocridad. Dentro el tiempo se oxida como unos huesos vestidos de futuro. De nuestro sórdido desastre.

Sin nada por lo que escribir, voy a culpar a la interrogación. Pero no sé qué decirle. 

Así que dejo las palabras con su fragilidad en una tarde de domingo un tanto ilegal. Dejando que se junten solas y construyan un mundo mejor, con millones de pupilas a las que hablarle del frío y de la habitación donde duermen los monstruos detrás del armario. Y cuando quieran volver, la tierra que habita dentro de mi piel será un peaje para la luz que me visitó cuando quería hablarles de ti.

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