TRÁFICO.
Enseñarle la ciudad con unos ojos mirando algo más que el dulzor. Como si andar junto a sus pasos fueran a salvar el viento y el cansancio. Explicarle el nombre del tiempo en sus manos, el silencio del ruido que su cuerpo exige, tocar la puerta del miedo y ser humo entre su pelo de algodón, quitándole dureza a las piedras de sus pupilas.
Enseñarle la ciudad en la ventana de la noche. Detenerse como sombras en aquellas calles. Ahuyentar el siglo y cerrar los nombres. Quedarme con el suyo y observar la decadencia que detrás del miedo nos recicla al conocer alguien con un mismo frío.
Quise enseñarle y no pude. Quise, pero la ausencia relució su memoria y vi que entre el jardín botánico de un tiempo angosto de verano, volvía a ver el mar con un deseo urgente. Nada más que ser pálpito entre la ciudad y norte en su ombligo. Como ver que la muchedumbre me atenaza, y solo habla el tráfico de gente que viene y que va.



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